Por muchas nueces que comamos, no nos convertiremos en Einstein. Pero resulta indiscutible que la alimentación condiciona nuestra capacidad intelectual. De ahí la importancia de qué comemos, cuándo y con qué frecuencia.
GEHIRN UND GEIST / GINA GORNY
Numerosos estudios confirman la necesidad de adaptar la alimentación al ritmo diario del cerebro y a sus exigencias si queremos estimular al máximo nuestra capacidad intelectual.
Un nivel de glucemia adecuado y estable favorece las funciones mentales. Pero tan importante como un suministro de azúcar constante al cerebro es el aporte de oxígeno.
Tanto el cerebro infantil como el adulto necesitan un constante aporte de aminoácidos, componentes básicos de las proteínas, y de ácidos grasos omega 3 para su buen funcionamiento.
Es desesperante. Apenas le han presentado al nuevo contratado y ya ha olvidado su nombre. Más: el director de publicidad ha preparado con todo detalle los planes para una campaña y usted ha de hacer un gran esfuerzo para seguir su discurso; cuando se le pide su opinión, no logra esbozar una exposición coherente. ¿Qué le pasa hoy? Anoche durmió relajado y hace una semana que regresó de vacaciones. No cabe culpar ni al estrés ni a la sobrecarga en el trabajo...
Quien sufre con frecuencia dificultades para concentrarse tal vez debiera pensar en sus hábitos alimentarios. La alimentación no solo influye en la salud; se ha demostrado también su efecto en el estado de bienestar y en el rendimiento de la actividad cerebral. La investigación ha venido sacando a la luz los componentes de nuestros alimentos que desempeñan una función importante a corto y largo plazo para la memoria, el aprendizaje y la capacidad de atención. Aunque el conocimiento alcanzado dista mucho de ser completo, abundan las pruebas que respaldan la tesis de la necesaria adecuación de la dieta al ritmo diario del cerebro y a sus exigencias, para estimular al máximo nuestra capacidad intelectual.
Empezando por la infancia
La máxima sensibilidad del cerebro a los componentes nutritivos que le llegan se observa desde las primeras etapas de la vida: en el propio seno materno, en la lactancia y en la edad preescolar. Durante las fases de crecimiento y maduración, el cerebro necesita mayor aporte energético. Además, se requieren «materiales de construcción», en particular proteínas y determinadas grasas, para conformar las membranas de las neuronas y la mielina, vaina de aislamiento de las fibras nerviosas.
Si la madre recibe una alimentación correcta, proporciona al niño durante el embarazo y la lactancia todo lo necesario. Por el contrario, si su alimentación es deficiente o incorrecta, el feto y el lactante sufren las consecuencias. Como demuestran estudios realizados en los países en vías de desarrollo, una alimentación deficiente puede suponer un descenso del cociente intelectual.
Enero/Febrero 2008
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