El trabajo nocturno y a turnos es el pan de cada día en numerosas profesiones, con los riesgos que ello supone para la salud. El cambio constante del reloj interno altera los hábitos de sueño y alimentación de los empleados.
En numerosos ámbitos laborales, como la industria siderúrgica, los turnos son imprescindibles. [ISTOCK / JOSE MORAES]
Los trabajos nocturnos y a turnos repercuten de manera negativa en la salud de los empleados.
La desincronización del reloj interno puede producir alteraciones del sueño y del metabolismo, así como úlceras, enfermedades cardiovasculares y un mayor riesgo de padecer cáncer.
El regulador del tiempo en el cerebro funciona de forma diferente en cada persona. Por ello, los horarios laborales deberían consensuarse según el cronotipo individual.
Taxistas, pilotos, enfermeras, trabajadores de la siderurgia, barrenderos, agentes de seguridad... numerosas profesiones exigen a sus empleados trabajar fuera del horario habitual de oficina. Una situación laboral que, por motivos económicos y sociales, y por necesidades de producción, va en aumento a la par que los problemas de salud que conlleva: peor descanso, trastornos digestivos y ardores de estómago más frecuentes, úlceras, enfermedades cardíacas y cardiovasculares y un mayor riesgo de sufrir cáncer. Dichas alteraciones son el resultado de la sobrecarga que suponen unas condiciones laborales que rompen con el ritmo biológico.
En general, al convertir el día en la noche, ya sea por las obligaciones laborales o por cualquier otro motivo, se desequilibra un mecanismo crucial para el organismo: el reloj interno. A lo largo de los últimos años, los científicos han descifrado el funcionamiento de dicho reloj biológico, además de analizar los efectos que el trabajo a turnos ejerce sobre el cuerpo.
El reloj biológico que poseen los humanos, así como la mayoría de los seres vivos, marca un ritmo innato de unas 24 horas, por lo que también recibe el nombre de «ritmo circadiano» (del latín circa, que significa «cerca», y dies, «día»).
Dicho reloj regula el intercambio químico global propio del metabolismo, desde las células somáticas hasta el comportamiento final de todo el organismo. Así, pues, determina cuándo dormimos, cuándo comemos e, incluso, cuándo rendimos con mayor lucidez cognitiva. Para que el reloj interno no se adelante ni se atrase, debe ponerse en hora con regularidad, de la misma manera que lo requiere un reloj de pulsera. Las señales ambientales posibilitan tal proceso. De hecho, a lo largo de la evolución, el ciclo diario de luz y oscuridad que propicia el sol se ha establecido como guía de nuestro ritmo biológico interno.
Septiembre/Octubre 2011
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