Cada noche, el sueño afloja las conexiones que entrelazan el conocimiento adquirido durante el día. Con ello, el cerebro recupera flexibilidad y dinamismo.
CAROLIN WANITZEK
La mayoría de los científicos coincide en que el sueño ejerce importantes efectos beneficiosos para el aprendizaje y la memoria.
El saber ortodoxo sostiene que los recuerdos de informaciones recientes se reproducen durante el sueño; en este proceso, el cerebro acaba refinándolos.
Nuevos estudios apuntan a que el sueño actúa como un botón de restitución que distiende las conexiones neuronales, de manera que deja listo al cerebro para próximos aprendizajes.
Comparado con el ajetreo y el bullicio de la vida diurna, el descanso nocturno puede parecer insulso y tosco. Excepto en el mundo de las ensoñaciones, el cerebro que duerme no se comporta mal ni vive aventuras. Tampoco ama, planifica o aspira a nada, ni comete ningún logro que pueda suponer motivo de orgullo. Sin embargo, durante esas horas de reposo en las que la mente permanece en suspenso, el cerebro lleva a cabo una labor crucial que habita el corazón mismo de todos los actos creativos: se corrige a sí mismo. Y puede que deseche bastante material.
En una nueva y provocadora teoría sobre la función del sueño, Giulio Tononi, de la Universidad de Wisconsin-Madison, afirma que el sueño podría fomentar un «desmantelamiento cerebral» con el fin de consolidar lo aprendido. A medida que la mente consciente deja paso al estado de reposo, una parte de las conexiones neuronales que conforman el andamiaje del conocimiento se desmonta. Ese desmantelamiento nocturno podría parecer un curioso acto de sabotaje perpetrado por el encéfalo contra sí mismo, pero en realidad constituye un mecanismo destinado a mejorar la capacidad de codificación y almacenamiento de la información nueva.
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