Cada recuerdo tiene su sabor; unos están teñidos de alegría, otros de tristeza y otros de orgullo o desprecio. Los recuerdos emocionalmente neutros arraigan menos en la memoria y participan menos en la construcción de la personalidad.
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Los recuerdos de acontecimientos emocionales —en especial los positivos— conllevan más detalles sensoriales (visuales, auditivos, olfativos) ligados al contexto (lugar, fecha) que los acontecientos neutros.
Las imágenes emocionales resisten mejor el paso del tiempo. Al estar más consolidadas, su conservación a largo plazo también resulta mejor.
Las emociones estructuran nuestra memoria actuando como un zoom o un filtro: se concede preferencia a algunos recuerdos en función del estado de ánimo en el que nos encontramos.
¿Recuerda usted el nacimiento de su primer hijo? Seguramente vuelva a representarse ciertos detalles, unas emociones, uno sonidos, un ambiente. O quizá se acuerde usted del día en que aprobó el examen de selectividad. Tales recuerdos se afianzan en la memoria porque definen una parte de nuestra existencia: se trata de un material rico en imágenes sobre el que se basa nuestra mente para configurar nuestra identidad, lo que somos, la forma en que nos vemos a nosotros mismos. Que tales recuerdos se implanten de forma tan tenaz en la memoria se debe a que llevan aparejada una emoción positiva, asociada a uno mismo. Nos apoyamos sobre tales recuerdos para tejer nuestra identidad, definir la coherencia de nuestras elecciones y de nuestras aspiraciones.
En la memoria, lo iremos desgranando, se realiza una suerte de selección, que nos lleva a retener los acontecimientos que tienen un sentido en nuestra trayectoria. Esa selección viene gobernada por la emoción: los recuerdos agradables se entretejen en nuestra identidad, siempre y cuando nuestro psiquismo funcione normalmente. En algunos casos que analizaremos, como la ansiedad asociada al contacto con los demás, denominada fobia social, esa selección se halla alterada y la imagen del yo vacila. Eso es tanto como decir que el papel de las emociones es capital en la memorización y la construcción de la identidad. Pero, ¿cómo estimula o atenúa la emoción los procesos de memorización?
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