Todos tenemos ojos en la cara y sin embargo pasamos por alto cosas perfectamente visibles. Lo que no encaja en el esquema despista al cerebro.
Cortesía de Daniel Simons. de Simons, Chabris en Perception, vol. 28, págs. 1059-1074, 1999
Imagínese el lector en las gradas de una cancha de baloncesto durante el desarrollo de un partido. Se le ha asignado la tarea de contar el número de veces que cada jugador pasa el balón a otro durante 60 segundos. Necesita concentrarse porque el balón va demasiado deprisa. En ese momento, alguien disfrazado de gorila comienza a pasearse tranquilamente entre los asistentes. Camina entre los jugadores, se vuelve hacia los espectadores, se golpea el pecho y se marcha. Asombrosamente, tal y como Daniel J. Simons, de la Universidad de Illinois, y Christopher F. Chabris, de la Universidad Harvard, pudieron comprobar cuando realizaron ese estudio, el 50 por ciento del público no se percató de la presencia del gorila.
Damos por supuesto que nuestros ojos son como cámaras de vídeo que graban cuanto ocurre a nuestro alrededor. Pero el experimento demuestra la poca información que captamos de un vistazo.
El experimento del gorila es la culminación de una larga serie de estudios interrelacionados sobre atención y visión que comenzaron un grupo de investigadores hace más de treinta años; entre ellos, Ulric Neisser, de la Universidad de Cornell, Ronald A. Rensink, de la de Columbia Británica, Anne Treisman, de la de Princeton, Harold Pashler, de la Universidad de California en San Diego, y Donald M. MacKay, de la de Keele.
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