¿Dónde procesa nuestro cerebro los elementos del lenguaje hablado? Las últimas investigaciones hablan de la activación secuencial de distintas regiones cerebrales, con una pauta temporal muy precisa.
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Gracias a las técnicas de neuroimagen se ha podido determinar cómo el cerebro procesa los diferentes componentes del lenguaje hablado: la sintaxis, la semántica y la prosodia.
Al parecer, nuestro cerebro se ocupa primero de la gramática y a continuación del contenido semántico de las frases que oímos.
Ante frases expresadas con un matiz emocional, el cerebro de las mujeres reacciona mucho antes que el de los hombres.
«Tan» era la única sílaba que aquel hombre sabía pronunciar cuando Paul Broca (1824-1880) le examinó, hace casi un siglo y medio. «Monsieur Tan» estaba todavía en condiciones de comprender preguntas sencillas. A ellas respondía acentuando, de manera diferente en cada caso, sus «tan». A su muerte, dos años después de su relación con Broca, la autopsia reveló una grave lesión en la parte inferior del hemisferio cerebral izquierdo, a la altura de la tercera circunvolución del prosencéfalo. Ante esa observación, el neurólogo y antropólogo francés consideró dicha región la sede cerebral de la producción del lenguaje. En su honor, la llamamos área de Broca.
Andando el tiempo, en 1874, Carl Wernicke (1848-1905), neurólogo de Breslau, describió una patología de signo inverso; se trataba de pacientes que hablaban, pese a no entender el lenguaje verbal. Los afectados presentaban dañada la circunvolución superior del lóbulo temporal izquierdo. Desde entonces, a esta región cerebral se le atribuyeron las funciones de comprensión del habla.
Durante mucho tiempo, se aceptó con carácter general esta distribución de las funciones lingüísticas en las regiones de Broca y de Wernicke, respectivamente. Sin dejar de advertir que, en casi todos los diestros y más o menos en dos tercios de los zurdos, solo interviene el hemisferio cerebral izquierdo en el desempeño de las funciones mencionadas. Más tarde, algunos investigadores comenzaron a cuestionar semejante planteamiento, apoyados en estudios de sujetos con trastornos del lenguaje causados por daños cerebrales. También contradecían tal concepción admitida ciertos experimentos en los que la estimulación eléctrica provocada en diferentes regiones de la corteza cerebral se traducía en trastornos específicos del lenguaje. Poco a poco se hizo patente que el esquema de las dos áreas pecaba de una simplicidad excesiva.
Octubre/Diciembre 2003
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