Algunas de las moléculas y células presentes en la leche materna contribuyen de una manera eficaz a prevenir las infecciones en el recién nacido.
DANA BURNS-PIZER
Los médicos saben desde hace tiempo que los recién nacidos que reciben lactancia natural contraen menos infecciones que los que se alimentan de biberón. Hasta hace poco, suponíase que los niños amamantados corrían mejor suerte, en lo que se refiere a las infecciones, porque la leche de la madre estaba libre de bacterias, en tanto que la leche artificial, que debía diluirse en agua e introducirla en el biberón, se contaminaba fácilmente. Por mucho que se esterilizara la leche artificial, los niños con sólo ella alimentados eran más proclives a padecer meningitis, otitis e infecciones intestinales, respiratorias y del tracto urinario que los niños que mamaban.
La razón, según se sabe ahora, se encuentra en la leche de la madre, que contribuye a que el neonato se vea libre de enfermedades gracias a una serie de factores. La ayuda materna es especialmente eficaz en los primeros meses de vida, cuando el bebé no puede valerse aún, con plena eficacia, de su propio sistema inmunitario y defenderse de los microorganismos patógenos. La UNICEF y la Organización Mundial de la Salud recomiendan la lactancia natural "hasta los dos años o más incluso". Sépase, por lo demás, que la plenitud inmunitaria del pequeño no se alcanza hasta los cinco años de edad, más o menos.
Febrero 1996
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