La ciudad romana de Barcino ha conservado numerosos testimonios que permiten asomarnos a la vida pública y privada de sus primeros habitantes. Aunque escasean las referencias literarias, las fuentes arqueológicas y epigráficas suplen con creces las lagunas de información.
La larga continuidad de las excavaciones urbanas ha posibilitado que conozcamos el tejido de aquel primer núcleo de la ciudad mediterránea subyacente al actual y que podamos restituir, por tanto, el escenario en el que deambularon los barceloneses de hace dos mil años. Un escenario al que se debe en parte la forma del casco antiguo y que presenta una notable continuidad de uso de los espacios públicos; así, por ejemplo, la plaza de San Jaime con sus edificios de gobierno regional y municipal se superpone parcialmente al foro de la ciudad romana. La catedral, en los aledaños, ocupa el mismo lugar de la primigenia basílica episcopal paleocristiana que estaba arropada por un complejo conjunto, lo mismo que sucede en otras capitales europeas.