Las diferencias entre los ADN descubren las distancias evolutivas y permiten reconstruir y datar las ramificaciones de los linajes, al tiempo que constituyen un criterio para clasificar los grupos.
Todos los organismos tienen antepasados. Vale decir: todos los organismos tienen su propia historia evolutiva. Como todas las plantas y animales evolucionaron —cabe presumir— a partir de un origen único, comparten una sola filogenia o historia. La reconstrucción de dicha filogenia es el objetivo principal de la biología evolutiva. Las especies actuales son los brotes postreros de un vasto árbol filogenético cuyas ramas mayores y tronco se escapan a la visión directa. Para reconstruir el árbol de la vida es preciso determinar la pauta de la ramificación y, a ser posible, datar las divergencias del pasado.
Durante los diez últimos años, hemos empleado una técnica que extrae información filogenética del material genético, el ADN. Este método, la hibridación ADN-ADN, nos ha permitido reconstruir el modelo de ramificación de los principales linajes de aves. Las aproximadamente 9000 especies existentes descienden de linajes que empezaron a diferenciarse uno del otro hace unos 150 millones de años, a finales del Jurásico y comienzos del Cretácico, después de que se originara ese grupo vertebrado a partir de un ancestro reptiliano. Pierce Brodkorb, de la Universidad de Florida, ha calculado que han existido unas 150.000 especies de aves. Las vivas son sólo el 6 por ciento del total, el resto está extinto.
Abril 1986
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