Un nuevo modelo de este trastorno concede a las limitaciones sufridas en el procesamiento del lenguaje una importancia primordial. Explica, asimismo, por qué a algunos les cuesta tanto aprender a leer.
Hace cien años, en noviembre de 1896, un médico de Sussex publicaba la primera descripción del trastorno del aprendizaje que llegaría a conocerse como dislexia del desarrollo. "Percy F., ... de 14 años, ... ha sido siempre un muchacho inteligente y despierto", escribía W. Pringle Morgan en el British Medical Journal, "rápido en los juegos y en nada inferior a los otros de su edad. Su gran tropiezo ha sido --y sigue siendo-- su torpeza para aprender a leer."
En esta breve introducción acertó Morgan a expresar la paradoja que ha venido intrigando y frustrando durante un siglo a los científicos: las profundas y persistentes dificultades que algunos sujetos brillantes encuentran cuando se disponen a aprender a leer. En 1997 lo mismo que en 1896, la habilidad en la lectura suele interpretarse signo de inteligencia, dando la mayoría de la gente por supuesto que quien sea listo y esté motivado y escolarizado aprenderá sin duda a leer bien. Pero la experiencia de millones de disléxicos, como Percy F., ha demostrado que esa suposición es falsa. La dislexia invalida la alegada relación entre inteligencia y facilidad en la lectura
Enero 1997
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