El acero de Damasco ha mantenido oculto su secreto hasta el siglo XX. Sus magníficas propiedades se derivan de su alto contenido en carbono, de la baja temperatura de forja en caliente y de la operación de temple.
El acero de Damasco, que atemorizó y fascinó a los europeos desde la Edad Media, mantuvo oculto su secreto hasta nuestro siglo. Su dureza y poder cortante los debía a su alto contenido en carbono y a los tratamientos de forja en caliente y de temple. Las espadas fabricadas con este acero resultaron insuperables.
Los europeos conocieron la eficacia de esas armas en las Cruzadas, de cuya primera expedición se cumplen ahora nueve siglos. Los cruzados conquistaron Jerusalén el 15 de julio de 1099. Comenzó entonces una etapa que duraría aproximadamente dos siglos y que terminó con la pérdida de San Juan de Acre en 1291. De esta época derivó la fama y el nombre del acero de Damasco. En vano los herreros europeos se esforzaron en reproducir sus excelentes propiedades mecánicas y su bello aspecto mate cruzado por multitud de finas líneas serpenteantes
Enero 1997
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