Los químicos pueden ya construir macromoléculas fractales. Estos nuevos polímeros cuentan, entre sus campos posibles de aplicación, la biotecnología y la protección del medio ambiente.
En el centro de Michigan, a lo largo del río Chippewa y a unos 210 kilómetros al sur de las Dunas del Oso Dormido del National Lakeshore, la tierra es muy mala para la siembra, pero adecuada para el arbolado. Miles de árboles de todas clases, con todas las ramificaciones y formas imaginables, abundan allí. Año tras año brotan nuevos vástagos, que se ramifican y cuyas ramas forman a su vez nuevas ramas, dando lugar a un lozano y variado bosque.
Cuando hace 20 años, cerca de mi casa, observaba estos árboles con la mente de un químico, me pregunté si los sistemas de ramas podrían servir para diseñar moléculas grandes, definidas con precisión, por adición de una rama tras otra sobre alguna sustancia inicial. La idea de adquirir tal control sobre la formación de una molécula me atrajo inmediatamente, desde un punto de vista tanto teórico como práctico, pero hasta finales de la década de los setenta no encontré una forma de llevar la idea a la práctica. Hoy en día, mi técnica, así como otras aproximaciones similares, están haciendo posible construir moléculas arborescentes que imitan a numerosas estructuras biológicas, incluyendo las proteínas. Existen buenas razones para pensar que dichas construcciones sintéticas revistan interés médico, industrial, electrónico y otros.
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