En Hanford, uno de los complejos nucleares más contaminados del mundo, nadie sabe cuánto costará su limpieza ni el nivel de eficacia que se alcanzará.
Glenn Zorpette
El gobierno de Estados Unidos realizará a lo largo de los próximos 75 años, en un vasto desierto al sureste del estado de Washington, el mayor proyecto de obras públicas de la historia del mundo. Cuando esté concluido, tras una inversión de unos 50.000 millones de dólares, no se levantarán sobre sus ruinas ningún centro de lanzamiento de cohetes, ni centrales eléctricas avanzadas, nada que hable de un progreso ilusionante. Apenas si habrá otra cosa que residuos nucleares, millones de toneladas de residuos nucleares, recluidos en una extensa meseta: desde suelos contaminados hasta reactores enteros, sepultados bajo grandes montones de tierra u ocultos en edificaciones anodinas. Y allí se quedarán, durante miles de años probablemente.
Ese es el futuro del recinto de Hanford, el más antiguo complejo de producción de plutonio, perteneciente al Departamento de Energía. De allí salió el plutonio de la bomba que estalló en Nagasaki. Sus 1450 kilómetros cuadrados se han ido degradando desde aquellos días de gloria militar y técnica hasta convertirse en una pesadilla donde se acumulan unas deterioradas y contaminadas instalaciones en las que cada año se gastan, sólo para que sigan siendo estables o seguras, decenas de millones de dólares.
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