Son pocos los ciudadanos, sean españoles, estadounidenses, franceses o de cualquier otra de las democracias del mundo, que dediquen mucha reflexión a sus respectivos procedimientos electorales. Tal preocupación suele dejarse a politólogos y analistas. Ahora bien, en años recientes, una gran proporción de la población de estos dos últimos países ha quedado perpleja. En Francia se preguntaban cómo era posible que un político situado al margen de la tendencia política principal pudiese haber llegado a la elección final, que se hace entre dos candidatos, en las elecciones a la presidencia de 2002. En los Estados Unidos, muchos electores se preguntaban por qué el candidato más popular se quedó en la cuneta en el año 2000.
Dejaremos para los comentaristas políticos los debates sobre tarjetas perforadas defectuosas, papeletas en mariposa, de las peculiaridades del colegio electoral o el funcionamiento del Tribunal Supremo de los EE.UU. Nos ocuparemos, en cambio, de una cuestión más fundamental, partiendo de investigaciones propias y de colegas, a saber: ¿Qué clase de sistemas, sea para la elección de líderes nacionales o para delegados de alumnos en las universidades, se acerca más a la representación auténtica de la voluntad de los votantes? Los autores sostienen que existe un sistema concreto que sería óptimo a este respecto, y que tal sistema sería sencillo y práctico de implantar en Estados Unidos, en Francia y en muchos otros países.
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