El trabajo conjunto de un escultor y un paleontólogo permite reconstruir el desarrollo de una escaramuza ocurrida hace cien millones de años.
La paleontología norteamericana, en su búsqueda de fósiles de dinosaurios, cosechó algunos éxitos en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Uno de los yacimientos excavados, pese a no aportar huesos, suministró una valiosísima información. A orillas del río Paluxy, en Texas central, apareció el "rastro" de un dinosaurio, es decir, una colección de huellas o icnitas dejadas en un fango antiguo. Estas impresiones fósiles deben su conservación a los sedimentos que las enterraron y las endurecieron; 100 millones de años después, la erosión nos ha revelado la marcha de estos dinosaurios en lo que ahora es una roca sólida.
Las icnitas encierran un enorme interés para los paleontólogos. Aunque se ha especulado lo indecible sobre el comportamiento de los dinosaurios, la verdad es que sólo las pisadas fósiles aportan una prueba directa de sus movimientos reales. Estudiando las huellas los expertos deducen el tipo de marcha y la postura. En esas improntas se han basado para determinar la rapidez con que caminaban determinadas especies y deducir el deambular gregario de muchos dinosaurios.
Febrero 1998
Revista digital en PDF
Revista en papel
Suscripción
Lo más comentado
La muy aburrida coherencia de la física cuántica
Un artículo dice
La numerología pitagórica, los quarks y el nanocosmos
No, la física cuántica no dice eso