Expertos de varios campos colaboran en la incipiente ingeniería tisular. Están a punto de alcanzar uno de sus principales objetivos: construir un parche vivo para el corazón humano.
Al corazón roto por amor lo cura el tiempo, pero la lesión del músculo cardíaco causada por un infarto empeora de forma progresiva. A diferencia del tejido hepático o del dérmico, el tejido cardíaco no se regenera. La zona dañada por una crisis cardíaca pierde contractilidad y muere.
Al interferir en las contracciones sincrónicas del músculo cardíaco normal, la cicatriz, o infarto, aumenta la exigencia funcional que recae sobre las zonas sanas del músculo; ello conduce a una mayor muerte celular y a la deformación de la pared cardíaca. En pocos meses, este proceso de deterioro puede llegar a doblar el tamaño de un infarto.
Merced a los tratamientos médicos actuales, un número cada vez mayor de pacientes sobreviven a las crisis cardíacas. No obstante, al menos un tercio de éstos sufren el debilitamiento crónico subsiguiente de sus dañados corazones. Para esta insuficiencia cardíaca sólo existe, hoy por hoy, una curación posible: el trasplante, una alternativa complicada y costosa, limitada por la escasez de donantes. En los EE.UU., por ejemplo, el pasado año se diagnosticaron 500.000 nuevos casos de insuficiencia cardíaca, pero sólo se realizaron alrededor de 2000 trasplantes. El resto de los pacientes ven cómo su calidad de vida se deteriora sin cesar. No llega al 40 por ciento la cifra de quienes sobreviven cinco años a la crisis cardíaca inicial.
Enero 2005
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