Uno de los hechos más notables en los anales de la antropología ocurrió hace 20 años en una región del norte de Tanzania llamada Laetoli. Allí se encontraba un equipo dirigido por Mary D. Leakey buscando fósiles de los homínidos primitivos que ocuparon Africa oriental hace millones de años. En el verano de 1976, tras un largo día de trabajo de campo, tres investigadores externos al grupo de Leakey comenzaron a bromear arrojándose pellas de excrementos secos de elefante. Cuando el paleontólogo Andrew Hill se echó al suelo para esquivar una, observó lo que parecían ser rastros de animales en una capa de toba aflorante o, lo que es lo mismo, una roca sedimentaria formada por depósitos de cenizas volcánicas. Entregados a una inspección más sistemática, los científicos encontraron miles de rastros fósiles, con huellas de elefantes, jirafas, rinocerontes y muchas especies de mamíferos extintos. Pero el hallazgo más extraordinario llegó dos años después, cuando Paul I. Abell, geoquímico agregado al equipo de Leakey, encontró lo que parecía ser una huella humana en el extremo de un barranco erosionado por el río Ngarusi.
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