La muerte explosiva de una estrella de gran masa puede desencadenar el nacimiento de otras estrellas. La teoría y observaciones de restos de antiguas supernovas y meteoritos permiten sustentar esta hipótesis.
Una supernova, que es la catastrófica explosión de una estrella de gran masa al final de su ciclo de vida, lanza un estrato esférico de gases al medio interestelar. La explosión libera simultáneamente una tremenda cantidad de energía: unos 1051 joule (siendo un joule el trabajo necesario para elevar un kilogramo a una altura de 10 centímetros). Ernst J. Öpik propuso hace tiempo que la muerte explosiva de una estrella de gran masa podría desencadenar el nacimiento de otras estrellas. Argüía que la onda de choque procedente de una supernova podría comprimir de manera efectiva una nube difusa de polvo y de gas interestelar, haciéndole alcanzar la densidad requerida para que la gravedad siguiera reuniendo la materia dispersa y se formasen una o varias estrellas.
Durante un tiempo faltó la confirmación observacional de la formación de estrellas inducida por las supernovas, por la sencilla razón de que los objetos que se habían caracterizado inequívocamente como restos de supernovas eran demasiado jóvenes para asociarlos con el nacimiento de estrellas. La situación cambió en tres aspectos a partir de los años setenta. En primer lugar, se identificaron las capas de gas en expansión que rodean los restos de antiguas supernovas. Algunas de esas capas coinciden con enjambres de estrellas jóvenes. En segundo lugar, los progresos de la espectroscopía molecular y de la astronomía del infrarrojo han permitido observar las fases primitivas de la formación de las estrellas: la compresión y el calentamiento del medio interestelar. Tercero, el descubrimiento de concentraciones anómalas de ciertos isótopos en determinados meteoritos indica que el nacimiento del sistema solar pudiera haber estado presidido por una supernova.
Octubre 1979
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