Cuando las arañas buscan una presa, o los cangrejos arremeten contra el oleaje, o las cucarachas escapan por una grieta, confían en sensores naturales que serían la envidia de muchos ingenieros. En las patas de estos artrópodos se sitúan unos órganos especializados que detectan ligeras presiones sobre su exosqueleto. Estos, por así llamarlos, detectores biológicos de presión o de deformación tienen una gran sensibilidad y rivalizan con los que suelen diseñar los ingenieros. La verdad es que superan a los fabricados por la mano del hombre, ya que además de medir la tensión son capaces de controlarla: regulan los movimientos de estos seres y pueden usarse incluso para "memorizar" rutas.
El estudio de estos sensores de los artrópodos no sólo aumenta el conocimiento que tenemos de estos invertebrados sino que proporciona pistas importantes en el campo de la robótica. Para construir máquinas que puedan desplazarse por terrenos abruptos de la Tierra --o incluso de la luna o de Marte-- los especialistas en robótica han dirigido sus esfuerzos hacia el diseño de autómatas parecidos a artrópodos, ya que son los seres más equilibrados (es raro que un cangrejo tropiece y se caiga). El más famoso de esos robots tal vez sea Dante, un mecanismo móvil sustentado por ocho patas que descendió por cráteres volcánicos de la Antártida y de Alaska a principios de este decenio. Dante, que tropezaba demasiado a menudo y que adolecía de otros problemas mecánicos, nunca se aproximó de lejos a la gracia y a la agilidad de una araña. Los sensores de flexión de los artrópodos, unidos a otros aspectos de su locomoción, como son la manera de caminar y la postura del cuerpo, podrían ser la clave para la construcción de autómatas más eficaces.
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