No suelen formarse nubes en la seca estratosfera antártica. Ahora bien, cuando lo hacen, conspiran químicamente con los halocarburos para crear el "agujero de ozono" que se abre todas las primaveras.
Septiembre de 1987. Embarcaron en un DC-8 de la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA). Formarían una treintena de expertos. El avión, que despegó de Punta Arenas, tomó rumbo sur. Al amanecer, ya en la península Antártica, se elevaron hacia la estratosfera, esa parte de la atmósfera que se extiende desde los 10 hasta los 50 kilómetros de altitud. A medida que el avión penetraba en el agujero de ozono, fenómeno hoy bien conocido, recibió la bienvenida de una nube imponente en forma de ojo, con un brillante iris rojo que rodeaba su pupila verde. Con el ER-2, un avión de gran altitud compañero, el DC-8 transportaba instrumentos para medir los aerosoles, gases y dinámica atmosférica de tales nubes, así como en la estratosfera circundante.
La misión tenía un objetivo claro: recoger datos que ayudaran a entender un fenómeno observado dos años antes, a saber, el de la correlación entre el empobrecimiento en ozono y la formación de las nubes estratosféricas.
Agosto 1991
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