El estudio de los papiones que viven en libertad en una reserva africana permite explicar la diferente vulnerabilidad de los seres humanos frente a las patologías relacionadas con el estrés.
En 1936, Hans Selye, joven médico que empezaba su carrera investigadora en la Universidad McGill de Montreal, se encontró con un gran problema. Estuvo inyectando diariamente ratas con un extracto químico para determinar los efectos de dicha sustancia e identificó cambios apreciables en los animales: úlceras pépticas, atrofia de los tejidos del sistema inmune y crecimiento de las glándulas adrenales. Sin embargo, para su sorpresa, las ratas del grupo control, a las que había inyectado sólo una solución salina, mostraban idénticos cambios.
La mayoría de los científicos hubieran arrojado la toalla ante esta paradoja. Sin embargo, Selye se fijó en lo que ambos grupos tenían en común: las inyecciones continuas. Se preguntó si el trío de cambios que había identificado era, en realidad, una respuesta fisiológica generalizada a lo desagradable per se.
Marzo 1990
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