En otoño de 2003, a los pocos meses de que el presidente Bush anunciara un programa de investigación de casi 1500 millones de euros para el desarrollo de un vehículo que contaminara menos la atmósfera y redujera la dependencia del petróleo importado, la empresa Toyota presentó en Washington dos propuestas en ese sentido. En una de ellas, un sedán híbrido ya comercializado, el motor de explosión de gasolina estándar se combinaba con un motor eléctrico alimentado por baterías. Podía recorrer unos 20 kilómetros por litro y emitía la mitad de dióxido de carbono que un coche de tipo medio. El otro automóvil, un todoterreno, utilizaba hidrógeno en pilas de combustible para propulsar el motor eléctrico y sólo desprendía algo de calor y vapor de agua. ¿Cuál de ellos respetaba más el entorno?
Hallar la respuesta correcta repercutiría notablemente en la inversión dedicada a investigación, en las subvenciones que el gobierno concede para estimular el desarrollo de técnicas que independicen de la gasolina y, por fin, en el medio. Sin embargo, la resolución del dilema encierra mayor dificultad de lo que parece a primera vista. Robert Wimmer, responsable de investigación en cuestiones técnicas y legales de Toyota, y otros creen que ambos vehículos resultan más o menos equivalentes.
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