En su camino hacia el público general, el conocimiento cosechado por los investigadores pasa por varios intermediarios (el Gobierno, los medios y las instituciones científicas) que persiguen sus propios fines.
SÉBASTIEN THIBAULT
En este informe especial de cuatro artículos, sacamos a luz una insidiosa y establecida forma de manipular las noticias que practican algunas instituciones públicas; reflexionamos sobre los factores que menoscaban la calidad del periodismo científico actual; analizamos la desconexión que existe entre lo que los investigadores hacen y aquello de lo que la gente oye hablar, y denunciamos una cultura del silencio que desanima a los científicos a desarrollar una labor divulgativa. Cada uno de estos puntos se desarrollan en un artículo:
Las agencias federales de EE.UU. recurren al embargo reservado y a otros métodos para hacerse con el control de los periodistas que hablan de ellas [véase «El control sobre el periodismo científico», pág. 58].
El periodismo científico está perdiendo independencia, en manos de la maquinaria propagandística de las instituciones y las crisis que ahogan el sector [véase «Ciencia y medios: ¿círculo vicioso o virtuoso?», pág. 66].
Al comparar los datos sobre las instituciones que producen la mejor ciencia con los estudios de los que más habla la prensa, se descubre una gran diferencia [véase «¿Qué hallazgos despiertan mayor interés mediático?», pág. 74].
Los investigadores que se dedican a la divulgación siempre han sufrido el rechazo de la Academia. La situación podría estar cambiando gracias a los medios sociales [véase «Las cuitas del científico divulgador», pág. 76].
Diciembre 2016
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