El efecto Casimir ha estado siempre rodeado de un halo de misterio porque designa una fuerza que surge del vacío, de la nada. Y sin embargo, es medible experimentalmente. Vamos a ver cómo es posible algo así.
Del principio de incertidumbre:
El estado de mínima energía de un sistema cuántico recibe el nombre de "estado vacío". Para salir del mismo se requiere un aporte de energía. ¿Cómo puede, pues, haber fluctuaciones en dicho estado? Las fluctuaciones del estado vacío vienen habilitadas por el principio de incertidumbre (o de indeterminación) de Heisenberg, uno de los pilares del mundo cuántico, que establece la imposibilidad intrínseca de determinar a la vez dos magnitudes observables y complementarias del sistema, como lo son las parejas posición-velocidad o energía-tiempo.
Veámoslo con un ejemplo sencillo: el oscilador armónico unidimensional. En este sistema físico, una partícula, que sólo se puede mover hacia delante o hacia atrás a lo largo de una línea recta, experimenta una atracción hacia un punto de esa recta con una fuerza proporcional a su alejamiento del punto. Si a la partícula se le imparte una velocidad en dirección opuesta al punto de atracción, el movimiento resultante será una oscilación alrededor de este punto con una frecuencia determinada.
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