Los sólidos magnetocalóricos y barocalóricos ofrecen una buena alternativa a los clásicos fluidos refrigerantes de efecto invernadero.
MISTIKAS/ISTOCKPHOTO
En la actualidad se nos hace difícil concebir una sociedad carente de sistemas eficaces de refrigeración. La vida cotidiana depende en gran medida de la posibilidad de conseguir temperaturas que estén por debajo de las ambientales. Sin embargo, procesos que hoy nos parecen naturales, como la conservación de alimentos en frigoríficos, resultaban impensables no hace tanto tiempo, ya que hasta principios del siglo XX no se desarrollaron los primeros frigoríficos domésticos.
El funcionamiento de la mayoría de los refrigeradores se basa en procesos cíclicos de compresión y expansión de un fluido que conllevan un intercambio de calor. Mediante un dispositivo de intercambiadores térmicos, el calor se absorbe del frigorífico (con el consiguiente descenso de la temperatura) y se cede luego a la atmósfera. El segundo principio de la termodinámica dicta que esta transferencia de calor no puede realizarse a coste cero, sino que precisa el consumo de cierta cantidad de energía.
Febrero 2011
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