Estos cuerpos celestes pasan muchas veces relativamente cerca de la Tierra sin constituir ningún peligro. La humanidad se prepara, sin embargo, para someterlos a estrecha vigilancia.
La espectacular y reciente colisión del cometa P/Shoemaker-Levy 9 (la P quiere decir periódico), o más bien de sus fragmentos, con Júpiter ha llevado a las primeras páginas de todos los medios de información un fenómeno bien conocido, pero al que hasta ahora no se había prestado gran atención: los cuerpos celestes chocan a veces entre sí; en algunos casos lo hacen con gran violencia y liberando energía muy destructiva.
Se sabe desde hace mucho tiempo que los cráteres lunares son consecuencia de impactos y también se sabe evaluar la energía desarrollada en estas colisiones. Las misiones espaciales de los últimos treinta años han puesto además de manifiesto que todos los cuerpos del sistema solar que tienen una superficie sólida presentan cráteres de impacto. Ha quedado, pues, claro que la formación de estos cráteres ha sido —y es todavía— un fenómeno ubicuo en nuestro sistema planetario, de cuyas consecuencias ningún planeta, ni siquiera la Tierra, ha escapado.
Septiembre 1995
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