Las prácticas científicas y tecnológicas no constituyen la única manera racional de conocer y de intervenir en el mundo.
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El concepto de «racionalidad» suele aplicarse a una gran variedad de entidades y procesos. Puede predicarse racionalidad, o irracionalidad, de las personas, de sus creencias, de sus acciones, de sus decisiones y elecciones. Es posible hacer estos juicios tanto sobre individuos como sobre grupos de personas, como las comunidades científicas.
La reflexión sobre la racionalidad es tan antigua como la filosofía occidental. Para muchos filósofos la racionalidad se aplica sobre todo a las metodologías que deben seguirse cuando los humanos toman decisiones o hacen elecciones (cómo y por qué actuar de una cierta manera en circunstancias específicas, qué creer o no creer, etcétera). En numerosos casos se reduce el problema de la racionalidad al análisis de la elección de medios adecuados para obtener fines determinados; nos referimos a la racionalidad instrumental. Pero otros filósofos han considerado que también es posible hacer elecciones racionales o irracionales de fines y de metas, e incluso de normas y de valores. Para otros más, la racionalidad se refiere al ejercicio de una capacidad básica, la razón, la cual permite tomar decisiones y realizar una serie de acciones necesarias para habérselas con el entorno, para aprovecharlo en beneficio de quien realiza las acciones, para su supervivencia y bienestar.
Marzo 2013
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