Nuevos estudios indican que el estrés psicosocial que provoca la pobreza resulta asombrosamente lesivo para la salud.
La vida de Rudolph Virchow, neurocientífico y activista alemán del siglo XIX, estuvo marcada por dos sucesos dramáticos: un brote de fiebres tifoideas en 1847 y las fracasadas revoluciones de 1848. De aquellas experiencias extrajo dos lecciones. Primera, que la propagación de una enfermedad guarda una estrecha relación con la precariedad de las condiciones de vida. Segunda, que quienes disponen del poder cuentan con medios contundentes para subyugar a quienes no tienen ninguno. Virchow las condensó en un célebre epigrama: "Los médicos vienen a ser los abogados de los pobres."
Los médicos (o los expertos en biomedicina en general) pueden considerarse los abogados de los desfavorecidos porque pobreza y enfermedad suelen ir de la mano. Ser pobre entraña malnutrición, unas condiciones de vida insalubres y un sinfín de otros factores que desembocan en enfermedad. Pero no se trata sólo de que los pobres tiendan a enfermar, mientras el resto de la población está sana. Cuando se examina el nivel socioeconómico o NSE (parámetro que valora la renta, la ocupación laboral, la educación y el tipo de vivienda del individuo), se observa que, al ir bajando desde el estrato más pudiente de la sociedad, cada escalón que se desciende en NSE muestra correlación con un estado de salud peor.
Febrero 2006
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