Los cambios abruptos en la contaminación atmosférica por plomo señalan hechos históricos trascendentales.
NADIEH BREMER
Los testigos de hielo de Groenlandia y el Ártico ruso muestran continuas variaciones en la contaminación atmosférica por plomo, que con los años se ha desplazado al norte desde Europa, Asia y Norteamérica. La concentración de este metal refleja eventos cruciales de nuestra historia, como la expansión de los fenicios en el año 1000 a.C., el auge del Imperio romano, las grandes plagas o la Revolución Industrial. Hasta el siglo XIX, las emisiones se debían sobre todo a la fundición de minerales de plomo que contenían plata. Los romanos, por ejemplo, extraían plata y «liberaban plomo a la atmósfera como desecho», apunta Joe McConnell, del Instituto de Investigación del Desierto, en Nevada, que dirigió dos análisis de los datos. Entre 1940 y 1970, se alcanzaron concentraciones inéditas por culpa de la combustión del carbón y la producción de gasolina con plomo y pintura, hasta que normas como la Ley de Aire Limpio de EE.UU. redujeron las emisiones. La pandemia de COVID-19 quizás no deje una gran huella, porque muchas economías ya casi no usan plomo.
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