En la mañana del 4 de junio logré ver una gran cantidad de criaturas; al volver a mirar el mismo día por la tarde, encontré una pléyade de ellas en una gota de agua... A través del microscopio, todas ellas aparecían ante mi ojo como un grano de arena a simple vista.
Así describía el gran microscopista Anton van Leeuwen-hoek, en 1676, lo que probablemente era una de las primeras observaciones de bacterias. El rudimentario equipo óptico de Leeuwenhoek, de una sola lente, permitía vagamente discernir los microorganismos presentes en la muestra que observaba. Hoy sabemos que las bacterias, que se cuentan entre los seres más abundantes y antiguos de la Tierra, poseen una estructura muy elemental. Observadas al microscopio electrónico, semejan cubiletes rígidos, repletos de ADN y con un citoplasma amorfo. Las células de la mayoría de los otros organismos presentan, por contra, una compleja arquitectura intracelular, que incluye un núcleo, numerosos plegamientos internos y mitocondrias, orgánulos responsables de la producción de energía
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