
BIBLIOTECA DE LA UNIVERSIDAD DE PRINCETON
Durante más de un siglo, obtener muestras del manto terrestre ha sido una de las ambiciones de mayor envergadura para las ciencias de la Tierra. En 1909, el meteorólogo croata Andrija Mohorovicic observó que las ondas sísmicas que viajaban por debajo de los 30 kilómetros de profundidad se propagaban a mayor velocidad que las que viajaban por encima. El fenómeno indicaba un cambio radical en la composición y las propiedades físicas de las rocas. Había descubierto el límite superior del manto terrestre, hoy conocido como la discontinuidad de Mohorovicic o, simplemente, «Moho». Este límite marca la frontera a partir de la cual se extiende el interior de la Tierra, desde la base de la corteza (entre 30 y 60 km bajo los continentes y a tan solo 6 km bajo la corteza oceánica, de menor espesor) hasta el núcleo, 2890 km por debajo.
Perforar y tomar muestras directamente del manto supondría para los científicos un tesoro de valor incalculable, equiparable al de las rocas lunares durante la misión Apolo, que permitiría ahondar en el origen y la evolución de nuestro planeta. Pero este objetivo ha resultado ser difícil de alcanzar, quizá más difícil que llegar a la Luna. Hasta ahora, la corteza oceánica solo ha podido perforarse hasta una profundidad de 2 km, es decir, un tercio del camino hasta el manto. El primer intento de perforación del manto, el «proyecto Mohole», fracasó, al naufragar en un barrizal geopolítico.
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