Fíjese en lo que le pasa al doctor Juan Cepillo. Es un dentista metido hasta las cejas en su trabajo; se centra tanto en los pacientes, que con frecuencia se olvida de comer y hasta de beber. Sus dientes y encías son, por supuesto, ejemplares. Sin embargo, al Dr. Cepillo se le escapa un problema que emana de su propia boca. Sus pacientes lo saben, y lo sabe también el que le cuida la boca. Pero no se atreven a indicarle su mal aliento.
En este caso, como en muchos otros, el olor desagradable resulta de la actividad metabólica de las bacterias bucales que se alimentan con la secreción posnasal que suele acumularse en la parte posterior de la lengua del dentista. Las bacterias producen en su metabolismo una serie de productos de degradación. Gargarismos con un buen elixir dentífrico y la limpieza de la lengua aliviarían con casi toda seguridad el problema. Incluso mascar un poco de alimento ayudaría. De momento, sin embargo, los pacientes del dentista están protegidos sólo por su mascarilla quirúrgica.
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