En su mayoría, los manhattanitas sólo se dirigen al neoyorquino barrio de Queens de camino del aeropuerto o les apetece asistir a un partido de béisbol de los Mets. Cierta tarde de domingo, en el que no debía tomar ningún avión y los Mets jugaban fuera de su estadio, me aventuré hasta la parte nordeste de Queens, en concreto, hasta los aledaños de College Point. Allí, en un centro comercial que se extiende a lo largo de la congestionada vigésima avenida, me fui en busca de Albert Einstein.
El legado de Einstein fundamenta hoy numerosos campos de la investigación científica. Capacita a los físicos para acelerar partículas hasta velocidades próximas a la de la luz y a los astrónomos para medir y crear modelos sobre el comportamiento de los fenómenos celestes. Pero las aportaciones que Einstein realizó a lo largo de su vida se extienden y enraízan profundamente también en los productos de la técnica que a diario encontramos en nuestro camino. Sus teorías sobre la interacción entre la luz y la materia, sobre cómo los átomos emiten radiación y cómo la velocidad y la gravitación afectan a los relojes, revisten suma importancia para el funcionamiento de numerosos ingenios que hoy forman parte de nuestra vida cotidiana.
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