Conduciendo por una polvorienta pista del centro de Iowa, contempla el agricultor interminables hileras de maizales, mecidos por el viento, hasta los confines del horizonte. Sonríe para sus adentros recordando algo que muy pocos saben: no sólo cosechará los granos de las mazorcas, sino también gránulos de plástico que brotarán de los tallos y las hojas.
Esta imagen idílica de cultivar plásticos, dentro de un futuro previsible, encierra un atractivo inmensamente mayor que la manufactura de plásticos en factorías petroquímicas, que anualmente consume unos 270 millones de toneladas de petróleo en crudo y gas, en todo el mundo. Los combustibles fósiles son, a la vez, fuente de energía y materia prima de donde se obtienen los plásticos comunes, como el poliestireno, el polietileno y el polipropileno. Sería muy difícil concebir nuestra vida sin una serie de artículos que van desde envases y botellas hasta ropas de vestir y piezas de automóvil; sin embargo, crecen las dudas de que la producción de los plásticos pueda mantenerse indefinidamente. Se sabe que las reservas mundiales de crudo van a agotarse en unos 80 años, las de gas natural en 70 años y las de carbón en 700 años, pero la repercusión de su escasez en la economía podría sentirse mucho antes. Al disminuir los recursos subirán los precios, realidad que no pasa inadvertida a los políticos. El presidente Clinton promulgó un decreto en agosto de 1999 en el que instaba a los investigadores a procurar la sustitución de los recursos fósiles por vegetales, que sirvan, a un tiempo, de combustible y de materia prima.
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