Los condensados de Bose-Einstein constituyen una de las áreas más inquietas de la física experimental.
Graham P. Collins
Imagine que, por arte de magia, se ha convertido en una macromolécula. Así empequeñecido, observa el movimiento de los átomos de un gas. Le parecerán canicas irrompibles que van de acá para allá a través de un espacio casi vacío, rebotando sin cesar unas en otras. De esa guisa suelen describir un "gas ideal" los profesores de segunda enseñanza.
Note ahora que las canicas vuelan con mayor tranquilidad que cuando salió usted del miniaturizador. Hay algo que debe de estar enfriando el gas. Al principio, las canicas pierden sólo un poco de velocidad y están un poco menos espaciadas; la densidad del gas aumenta mientras se enfría. Pero llega un momento inesperado en que ve que las canicas mismas están cambiando. Las más lentas se hacen cientos de veces mayores y sus superficies, antes bruñidas como espejos, se vuelven confusas, indeterminadas. Esos átomos, cada vez más fantasmagóricos, pasan unos a través de los otros, unas veces sin desviarse y otras rebotando como si hubiesen chocado dentro con algo duro.
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