Desde que los habitantes de las cavernas aprendieron a golpear dos trozos de pedernal para sacar fuego, los filósofos de la naturaleza se han visto obligados a recurrir a energías cada vez mayores en su búsqueda de los secretos más íntimos del cosmos. El supercolisionador superconductor es la última novedad entre los instrumentos proyectados por los físicos en su incesante búsqueda de la verdad, pero una vez aprobada la inversión para su emplazamiento, llegado es el momento de empezar a considerar cuál será la próxima etapa del progreso humano. Puesto que, en los años venideros, cabe esperar altibajos en las decisiones de los políticos que obstruyan el progreso científico, este mes quisiera animar a los lectores de Taller y laboratorio a que tomen el relevo y construyan un acelerador de Planck.
La masa de Planck, o energía de Planck (los términos son intercambiables, ya que su equivalencia queda establecida por la fórmula E = mc2), es la máxima energía manejable dentro de los límites actuales de la física. Es la energía media que poseían las partículas a los 10–43 segundos de la gran explosión, instante hasta el cual se piensa que estaban unificadas las fuerzas gravitatoria y cuántica. Una "teoría del todo", de la cual las actuales teorías de las supercuerdas podrían ser remotas precursoras, explicaría esa unificación, susceptible de comprobarse empíricamente mediante un acelerador de Planck. En el terreno de los principios hay poca diferencia entre esta máquina y sus antecesoras: en ella se acelerarían protones o electrones hasta las energías de Planck y se les haría chocar de frente. Durante esos choques, los proyectiles convierten su energía en partículas con la masa de Planck, o sea, como las que existían en los primeros instantes de la creación. En lo esencial, un acelerador de Planck simula la gran explosión ("big bang").
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