Durante más de 100 años, la neurología ha aceptado un dogma central: el cerebro de un individuo adulto permanece estable, sin cambios, como un ordenador de memoria y velocidad de procesamiento fijas. Se pueden perder neuronas, fallecen a lo largo de la vida, pero, dice el dogma, no es posible adquirir otras nuevas. ¡Cómo podría ser de otra forma! Si el cerebro conociese cambios estructurales, ¿qué íbamos a recordar? ¿De qué manera mantendríamos una misma identidad a lo largo de nuestra vida?
La piel, el hígado, el corazón, los riñones, los pulmones y la sangre generan nuevas células que sustituyen a las dañadas, al menos en cierta medida. Pero hasta hace poco se pensaba que esta capacidad de regeneración no se daba en el sistema nervioso central, que comprende el cerebro y la médula espinal. No había más que un consejo neurológico posible: "Guarde su cerebro de todo daño porque no hay forma de repararlo".
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