Una especie es rara o común según su extensión geográfica, abundancia local, especificidad del hábitat y ocupación de éste. El estudio de la rareza nos informa sobre la biodiversidad y facilita la planificación de acciones conservacionistas.
© iStockphoto/David marchal
Muy pocos son los conceptos que igualan al de diversidad en la generación de estudios ecológicos. Hewett C. Watson observaba ya en 1835 cierta correlación entre el número de especies de plantas que medraban en los condados ingleses y la superficie del territorio. De esa observación partiría, andando el tiempo, la relación entre especies y área, según la cual el número de especies de un área determinada aumenta con la superficie, aunque con una tasa de incremento progresivamente menor.
En 1878, Alfred R. Wallace describió la relación inversa entre latitud y riqueza de especies. Con otras palabras, el aumento del número de especies que contemplamos a medida que descendemos de latitudes polares a latitudes tropicales. A Charles Darwin debemos la tesis de la relación positiva entre riqueza de especies y productividad.
Todos los trabajos sobre la biodiversidad mencionados se referían al número de especies. Los ecólogos han mantenido en buena medida esa tendencia al estudio cuantitativo, centrándose en las regularidades de la diversidad y los mecanismos que las originan. Pero importa también conocer en qué medida las especies de una comunidad o territorio son comunes o raras.
Mayo 2009
Revista digital en PDF
Revista en papel
Suscripción
Lo más comentado
La muy aburrida coherencia de la física cuántica
Un artículo dice
La numerología pitagórica, los quarks y el nanocosmos
No, la física cuántica no dice eso