Se debate si colgar en la Red resultados experimentales provisionales, accesibles a todos, ofrece una potente herramienta de comunicación científica o supone un gran riesgo.
La primera generación de servicios ofrecidos por la World Wide Web, o Malla Máxima Mundial, transformó con prontitud el comercio minorista y la búsqueda de información. Otros más recientes, como las bitácoras (blogs), las etiquetas (tags) y las redes sociales (social networks), eso que se ha dado en llamar Web 2.0, han multiplicado no menos rápidamente las opciones de los usuarios, que ahora no sólo pueden servirse de informaciones colgadas en la Red, sino también publicarlas, modificarlas y colaborar en su preparación. Ello obliga a las prácticas más tradicionales —periodismo, mercadotecnia o debate político— a adoptar formas nuevas de pensar y funcionar.
Ahora podría haberle llegado el turno a la ciencia. Un grupo de investigadores, por ahora reducido pero cada vez más numeroso, en el que participan no sólo los más jóvenes, ha empezado a difundir su trabajo a través de ventanas abiertas a la Web 2.0. Sus esfuerzos y tentativas resultan todavía demasiado dispersos para constituir un movimiento, pero la experiencia adquirida ya mueve a pensar que esta suerte de "Ciencia 2.0" basada en la Red no sólo tiene un carácter más colegiado que la ciencia tradicional sino que puede resultar más productiva.
Julio 2008
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