Las células de nuestro organismo contienen unas redes de comunicación interna sorprendentes. De la comprensión de la organización de estos circuitos depende la creación de nuevas terapias para muchas enfermedades graves.
Cualquiera que conozca el juego del "teléfono" sabe perfectamente que al pasar el mensaje de una persona a otra las palabras se degradan poco a poco y acaban siendo irreconocibles. Sorprende, pues, que las moléculas del interior de nuestras células, que realizan sin cesar su propia versión del teléfono, lo hagan sin que se pierda un ápice del mensaje. No podríamos vivir sin esa precisa señalización de las células. El organismo opera en buen orden porque existe una fluida comunicación entre sus células. Las del páncreas, por ejemplo, segregan insulina y, con ello, ordenan a las células musculares que capten el azúcar de la sangre y produzcan energía. Las células del sistema inmunitario envían instrucciones a sus parientes cercanos para que ataquen al invasor; las del sistema nervioso emiten mensajes de una zona a otra del cerebro. Esos mensajes reciben la respuesta idónea por la exclusiva razón de que se transmiten correctamente al interior deuna célula receptora y las moléculas adecuadas pueden cumplir con fidelidad las órdenes dictadas.
Agosto 2000
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