Esa zona de interacción, quizá la parte más dinámica del planeta, influye directamente en la rotación terrestre y en el campo geomagnético.
La estructura más viva de la Tierra se encuentra a unos 2900 kilómetros de profundidad, entre la zona inferior del manto y la parte superior del núcleo. Apenas atendida en las investigaciones del pasado, se nos muestra decisiva para conocer la evolución térmica y química del planeta. No podemos seguir considerándola mera zona de demarcación entre el núcleo superior de hierro fundido y el manto inferior de materiales rocosos; se trata, quizá, de la zona más activa, en términos geológicos, de todo el planeta. Sus características estructurales parecen haber cambiado drásticamente en el curso del tiempo, y sus propiedades físicas, puestas ahora de manifiesto, varían de un punto a otro en las inmediaciones de la zona basal del manto. Lo cierto es que los cambios físicos operados en la interfase entre el núcleo y el manto son aún más notables que los producidos en la superficie, donde la corteza limita con la atmósfera.
Se cree que la fuerte heterogeneidad de la región limítrofe entre núcleo y manto afecta a muchos procesos geológicos globales. La dinámica de la zona influye en el ligero balanceo del eje de rotación terrestre y en el campo geomagnético. Las variaciones que acontecen en esa región modulan, además, los movimientos de convección del manto, causantes de la deriva continental y de la tectónica de placas.
Julio 1993
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