Son grandes espacios limpios de hielos en el mar que rodea la Antártida. Al dejar expuestas enormes superficies de agua, contribuyen al funcionamiento de la máquina térmica terráquea, que acopla el océano con la atmósfera.
Durante el invierno austral (de junio a septiembre) el hielo cubre hasta 20 millones de kilómetros cuadrados del océano que rodea la Antártida, casi dos veces Europa. Desde los viajes del capitán James Cook a finales del siglo XVIII, los exploradores, balleneros y científicos han venido cartografiando, desde sus buques, el borde exterior del manto helado. No obstante, salvo por los informes de los contados barcos que sobrevivieron tras quedar aprisionados en los hielos, no era mucho lo que se sabía acerca del manto en cuestión.
Sin embargo, desde 1973 los sensores pasivos de microondas instalados a bordo de un satélite han permitido la inspección sistemática desde el espacio. Y esas observaciones han instado un cambio notable en la imagen que se habían formado los investigadores del océano Antártico. Uno de los más sorprendentes descubrimientos de la era de los satélites es que el manto de hielo no es en modo alguno continuo. Dentro de su perímetro abundan las grietas, de uno a 10 kilómetros de extensión. Más que la existencia de esas guías, así se llaman, sorprende hallar vastas regiones —de hasta 350.000 kilómetros cuadrados de área— completamente libres de hielo.
Agosto 1988
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