Las estrellas con movimiento anómalo podrían ser los restos de antiguas galaxias devoradas por la Vía Láctea.
Rodrigo Ibata
Brad Gibson
Las estrellas que percibimos en el cielo nocturno pertenecen a nuestra propia galaxia, la Vía Láctea. La galaxia grande más próxima, Andrómeda, está a más de dos millones de años-luz de distancia, unas 20veces el diámetro del disco principal de la Vía Láctea. A simple vista resulta imposible distinguir sus estrellas; se confunden en una vaga nebulosidad. Por lo que respecta a la Vía Láctea, es como si existiesen en un universo aparte. En cambio, las estrellas visibles del firmamento se nos presentan como soles de nuestro mundo, nacidos y criados dentro de los confines de la galaxia.
Pero entonces, ¿qué pensaremos de Arturo, la segunda estrella más brillante del cielo boreal? Se mueve de manera diferente de la mayoría de las estrellas de la Vía Láctea y tampoco coincide en composición química con ellas; comparte, sin embargo, características singulares con algunas estrellas peculiares, dispersas por la galaxia. Se debate acerca del origen de estos y otros astros atípicos desde hace cuarenta años. ¿Los llevó la gravedad de los brazos espirales de la galaxia a sus extrañas órbitas? ¿Se trata de inmigrantes nacidos más allá de la Vía Láctea, hechos, pues, de materiales que no formaban parte de nuestra galaxia?
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