Se está logrando una mayor eficacia de los programas de mejora, un conocimiento más profundo de la genética de los caracteres de interés agronómico y de los sistemas de alteración de las propiedades hereditarias.
PILAR BARCELÓ
El trigo constituye el alimento principal de un tercio de la población humana. Se trata de un componente fundamental de la alimentación debido a su alto valor nutritivo, con un 10 % de proteína, un 2,4 % de lípidos y un 80 % de carbohidratos. Aporta el 20 % de las calorías que el hombre necesita.
Los avances de la mejora genética de este cereal han ido en paralelo con la propia trayectoria humana. La agricultura, surgida hace unos 10.000 años en el Neolítico con la domesticación de especies silvestres, tuvo sus hitos iniciales con el cultivo en el Próximo Oriente del trigo duro (Triticum turgidum) y la cebada (Hordeum vulgare). El proceso de domesticación deja en manos del hombre el control de la reproducción y ocasiona cambios en la planta adaptándola a sus necesidades. Unos cinco mil años después aparece el trigo harinero (T. aestivum) a partir del cruzamiento natural entre el trigo duro cultivado (T. turgidum) y una especie silvestre (Aegilops tauschii).
La selección inconsciente, por un lado, y la dirigida, por otro, dieron como resultado que se favorecieran los genotipos de trigos mejor adaptados para la siembra. En el dilatado intervalo temporal que llega hasta el siglo pasado los avances en la mejora no brotaron de innovaciones científicas y técnicas, sino de la experiencia adquirida y transmitida de padres a hijos.
Enero 2001
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