Una de las cosas que más trabajo nos cuestan es prevenir los cambios repentinos. Ideamos el futuro a partir de extrapolaciones del pasado. Este enfoque suele darnos buenos resultados; sin embargo, en ocasiones falla espectacularmente y nos dejamos cegar por acontecimientos como la actual crisis económica.
La idea de que la civilización llegue un día a desintegrarse quizá parezca descabellada. ¿Quién no se resistiría a tomar en serio un cambio tan radical de nuestras expectativas ordinarias? ¿Qué debería ocurrir para que hiciéramos caso de una advertencia tan terrible y cómo podríamos hacerle frente? Estamos tan habituados a escuchar una larga lista de catástrofes improbables, que automáticamente las despachamos con un gesto irónico: claro, nuestra civilización se hundirá en el caos, ¡y la Tierra va a chocar con un asteroide!
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