Multitud de factores determinan si alguien es mujer, hombre o se halla en algún punto intermedio.
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Los seres humanos estamos condicionados socialmente para considerar el sexo y el género como atributos binarios. Desde el momento en que nacemos —o incluso antes— somos etiquetados categóricamente como niño o niña. Pero la ciencia apunta a una realidad mucho más ambigua.
La determinación del sexo biológico es asombrosamente compleja, pues no solo tiene que ver con la anatomía sino con una intrincada orquestación de factores bioquímicos y genéticos que van actuando a lo largo del tiempo. Los individuos intersexuales (aquellos en que el desarrollo sexual adopta una trayectoria atípica) se caracterizan por un abanico diverso de condiciones, como la carencia de 5-alfa reductasa (círculo). Aquí se expone una pequeña muestra representativa de ellas y de las vías que siguen. En otro estrato adicional de complejidad, el género con el que cada persona se identifica no siempre concuerda con el sexo que se le asigna al nacer, y puede no ser enteramente masculino o femenino. Cuanto más sabemos sobre el sexo y el género, más parece que ambos existen en un espectro.
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