Los rasgos de la pelvis muestran que Lucy, un homínido que vivió hace tres millones de años, caminaba erguida. La bipedia podría remontarse a las fases aurorales de la evolución humana.
Si se preguntase cuál es el rasgo distintivo de la especie humana, muchos señalarían nuestro voluminoso cerebro. Otros recordarían nuestra habilidad para construir y utilizar herramientas complejas. Pero existe un tercer rasgo que también nos define y clasifica aparte: nuestra marcha erguida, exclusiva de los seres humanos y de nuestros antepasados inmediatos. Los demás primates suelen ser cuadrúpedos, por una buena razón: caminar sobre dos extremidades, en vez de hacerlo sobre cuatro, tiene muchos inconvenientes. Este modo de andar frena nuestra velocidad, limita nuestra agilidad y casi elimina nuestra capacidad para trepar a los árboles, facultad ésta que permite a los primates conseguir muchos alimentos importantes: frutas y nueces.
La mayoría de los evolucionistas de este siglo han mantenido que los antepasados del hombre desarrollaron tan extraño modo de locomoción porque así les quedaban las manos libres para sostener herramientas que su cerebro desarrollado les permitía construir. Pero el conocimiento del registro fósil humano ha aumentado en los últimos veinte años. Ni la posesión de un cerebro excepcional, ni el uso de útiles líticos parecen evidentes entre nuestros antepasados más antiguos que se conozca: los australopitecinos, que vivieron hace tres millones de años, e incluso antes. Pues bien, esos antepasados del hombre sí muestran claramente muchas de las señales propias de la bipedestación.
Enero 1989
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