Un día claro de septiembre del año 1991, una pareja de excursionistas que recorría una cresta a gran altitud de los Alpes se encontró un cadáver que sobresalía de la nieve fundida. Tras regresar al refugio de montaña, avisaron a las autoridades. Estas pensaron que el cuerpo pertenecía a alguno de los alpinistas que todos los años desaparecen en las quebradas que cruzan los glaciares de la región. Pero cuando los restos se llevaron a la cercana ciudad de Innsbruck (Austria), Konrad Spindler, un arqueólogo de la universidad de esta localidad, determinó que el cuerpo pertenecía a un hombre prehistórico, muerto hacía varios miles de años. Spindler y otros científicos dedujeron que el cuerpo y todas sus pertenencias habían permanecido conservados en el hielo hasta que una precipitación de polvo procedente del Sahara, unida a un período cálido excepcional, causaron una fusión del hielo que dejó expuestas la cabeza y la espalda.
Hasta esa fecha, no se habían encontrado en Europa cuerpos bien conservados de ese período, el Neolítico. El Hombre de los Hielos es mucho más antiguo que los cuerpos de la Edad del Hierro hallados en las turberas de Dinamarca e incluso que las momias reales de los egipcios. Igual de sorprendente era la presencia de un conjunto completo de ropas y de una variedad de artefactos.
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