La agricultura a gran escala sería más sostenible si las principales plantas de cultivo perduraran años y desarrollaran sistemas radiculares profundos.
MICHAEL S. LEWIS NATIONAL GEOGRAPHIC/GETTY IMAGES
El sobrepeso es cada vez más común entre los habitantes de los países desarrollados. Comemos más de lo que necesitamos. Ello podría hacernos creer que el sistema de producción de alimentos es sobradamente eficaz. No hay tal. La agricultura moderna requiere campos extensos, con suministro regular de agua, energía y abonos. Ante esas demandas de recursos, la Evaluación del Ecosistema del Milenio en 2005, patrocinada por las Naciones Unidas, afirmó que la agricultura podría convertirse, de entre todas las actividades humanas, en la mayor amenaza para la biodiversidad y la salud de los ecosistemas.
Hoy en día, la mayor parte de los alimentos que consume la humanidad provienen directa o indirectamente (a través del pienso para ganado) del cultivo de cereales, hortalizas y oleaginosas. Esos alimentos básicos resultan atractivos para los productores y consumidores por su fácil transporte y almacenamiento, duración casi indefinida y elevado contenido proteínico y calórico. De ahí que representen en torno al 80 por ciento de las explotaciones agrícolas en el planeta. Pero todos ellos siguen un ciclo anual: las semillas deben sembrarse cada año. Además, suelen cultivarse por métodos intensivos que consumen abundantes recursos. Y más preocupante todavía: el deterioro ambiental que provoca la agricultura se acentuará en los próximos decenios, cuando la población hambrienta se acerque a los ocho o diez mil millones.
Octubre 2007
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