Las excelentes propiedades de este biomaterial se conocen desde antaño. Se están desarrollando ahora nuevas aplicaciones en la reparación de tejidos y en farmacología.
MANUEL ELICES
En la batalla de Crécy, en 1346, los soldados mallorquines al servicio del rey francés Felipe VI llevaban en su botiquín unas cajitas repletas de telarañas para taponar posibles heridas. El combate, con victoria de los ingleses comandados por Eduardo III, demostró la eficacia del arco inglés usado en masa contra la caballería acorazada francesa y, según algunos historiadores, marcó el comienzo del declive de la edad de la caballería.
Las propiedades hemostáticas de las telarañas ya fueron descritas por Plinio el Viejo, hace unos 2000 años. Aunque esta costumbre se ha abandonado entre los humanos, parece ser que se practica todavía con animales domésticos. Su éxito, si bien relativo --no funciona en caso de infección-- podría deberse a que la seda de la telaraña se halla recubierta con hongos que contienen antibióticos para evitar que otros microorganismos se coman la tela rica en proteínas.
Los hilos de seda de los gusanos de seda también se han utilizado a modo de biomaterial para suturar heridas. Desde hace un siglo se observaron sus ventajas frente al catgut, al ser más biocompatible y provocar menos infecciones. Incluso hay indicios del uso del hilo de seda en épocas anteriores: Trotula, ginecóloga de Salerno, comenta la utilización de suturas con hilo de seda en intervenciones del perineo en su libro Cura de las enfermedades de la mujer, antes, durante, y después del parto, publicado alrededor de 1050.
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Agosto 2011
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